martes, 22 de septiembre de 2015

NAVAL - TOURMALET 2015


"Como era previsible, Desgrange estaba nervioso. Ni los esfuerzos de su joven colega ni las circunstancias de la época ayudaban a aplacar sus miedos. Como dijo el autor francés Pierre Carrey en su libro 100 years of the Tour de France in the Pyrenees: "Hablamos de una época en la que el hombre acababa de aprender a volar y en la que la idea de llegar a la luna aún formaba parte de la ciencia ficción. Aquel ascenso era un desafío a la naturaleza, una burla a los dioses. Muy a menudo, hombres inteligentes y atrevidos acababan descalabrándose contra el suelo a bordo de sus máquinas voladoras. Y las montañas también mataban: el 8 de julio, siete montañeros morían sepultados bajo un glaciar en Jungrafu".
Por tanto, los temores de Desgrange tenían fundamento, sin embargo, dos días antes de la aventura del Tourmalet, los corredores del Tour habían abordado las primeras escaladas pirenaicas en la historia de la carrera, y sólo cuatro de ellos habían abandonado. Desgrange dio gracias al cielo y siguió rezando."



Pasado el verano y sus calores ya es hora de que haga una pequeña crónica de la aventura ciclista tuercepedales de este 2015 y este párrafo de "Ascensiones míticas. 50 puertos de leyenda que deberías coronar" me sirve como introducción a lo que iba a acontecer el día 6 de agosto.



Se puede decir que así afrontábamos nosotros nuestra andada hacia el Tourmalet: con temor. Muchos de nosotros ya habíamos ascendido sus rampas, pero nunca lo habíamos hecho con 130 km en nuestras piernas y cuatro puertos a nuestras espaldas. Pero también lo afrontábamos con ilusión, esa ilusión que hace que estés dispuesto a socarrarte unas cuantas horas al sol por el simple placer de subir los puertos tan chulos que hay en el Pirineo, y que es la razón por lo que acabamos haciendo estas cosetas.


Por fin llegó el día 6 de agosto, al que tantas y tantas veces había recurrido en mi cabeza en momentos de dispersión mental, sobre todo en el trabajo, imaginándome a mí en los últimos metros del Tourmalet a punto de coronar y con una satisfacción enorme por el esfuerzo realizado. Pero no avancemos acontecimientos. Antes hubo que pasar muchas penurias y también satisfacciones.

El día empezó con un madrugón de los buenos, aunque con esto de trabajar a turnos, todo lo que sea despertarse después de las 4:45 de la mañana para ir con la bici no me parece tanto madrugón. Con los primeros rayos de sol nos juntamos en la plaza Mayor de Naval cuatro insensatos con la intención de pedalear desde Naval hasta el Tourmalet y atizarnos unos buenos almuerzos. Lo segundo estaba asegurado al 100%, lo primero ya veríamos. Así que tras algún último preparativo partíamos sobre las 6:50 de la mañana rumbo a Francia Paco, Abizanda, Héctor y yo, incluso Jordi se acercó a despedirse. Tanto Jordi como Carlos se nos unirían en bici más adelante.
De salida afrontamos el Alto del Pino. Así en frío y con todo lo que nos quedaba por delante tratamos de hacerlo lo más tranquilamente posible, como hacemos siempre vaya. Como no todos nos conocíamos (lo que une la bici no lo separa nadie) se aprovechó para charrar y ponernos al día de nuestros temas favoritos. Una vez coronamos, la carretera nos regaló unas bonitas vistas del Pirineo, el cual teníamos que cruzar entero ese mismo día. En ese momento las montañas me parecieron inalcanzables, iba a ser un día de echarle mucha paciencia.
La bajada del Alto del Pino nos dejó en la carretera A-138, de la que no nos teníamos que desviar hasta que empezáramos el col d'Aspin. Para mí, y siempre lo he dicho, el tramo siguiente hasta Aínsa iba a ser de lo más duro de la jornada. Es un terreno rompepiernas y pestoso en el que sin haber ningún puerto te puede dejar fundido. De hecho, es una ruta que no hago muy a menudo. Pero bueno, con buenos compañeros y las energías intactas todo se lleva mejor. Además, en Aínsa nos esperaba la primera recompensa del día y eso ayuda a pensar menos en los repechos constantes del recorrido. Siempre que paso por Aínsa con la bici me gusta parar y disfrutar de sus vistas y en este caso en la que la ocasión era especial aún más, así que nos paramos en la magnífica terraza del Hotel Sánchez a redesayunar o a echar el primer almuerzo, eso cada uno sabrá. Allí nos juntamos con los hermanos Lacoma, los cuales nos hicieron de coche de apoyo y un reportaje fotográfico acojonante durante todo el día. Después de las charradas, los cafés, las napolitanas y las visitas de rigor a la "Casa Blanca", tocaba ponerse de nuevo en marcha. La excursión, como quien dice, empezaba en ese momento.
El siguiente tramo, de Aínsa a Salinas de 25 km, fue el más fácil de la jornada. No dejas de ascender, pero en un falso llano continuo en el que se puede rodar bien y en el que se disfruta de la transición hacia un paisaje pirenaico y del transcurso del río Cinca. Fuimos prácticamente todo el rato en fila de uno debido a los coches y camiones. No hubo un tráfico excesivo ni mucho menos, pero no es una carretera que invite a ir en paralelo en agosto. Así pues, los relevos fueron bastante eficaces y nos permitieron llevar una velocidad crucero muy digna. Además, los Lacoma nos estaban esperando cada pocos metros para retratarnos en semejante tesitura, con el consiguiente cachondeo en algunos momentos ya que no estamos acostumbrados a tanta atención. De estas maneras llegamos a Salinas, pueblo-mesón en donde ya no se puede retrasar lo inevitable y una buena rampa del 10% te recuerda dónde estás y por qué has venido. No pude evitar pensar en que prácticamente no íbamos a ver ningún kilómetro llano en todo el día y en que faltaban unos 93 km por delante. Por suerte, este no es un puerto constante y aunque siempre pica para arriba hubo algunos descansos que nos permitieron respirar un poco. Lo cierto es que a mí se me estaba haciendo larga la subida, ya llevábamos más de tres horas y media pedaleando y el hambre empezaba a hacer acto de presencia, he intuí que al resto de la expedición le pasaba lo mismo. No hubo problema, en Bielsa hicimos una pequeña parada para oxigenarnos y beber de una de las mejores fuentes que puedes beber a pie de carretera: siempre abundante de agua y siempre fría, ya sea invierno o verano. De ahí a Parzán, unos 3 kilómetros, con el anhelo del almuerzo en nuestras cabezas como único pensamiento.
Llegamos a Parzán sobre el horario previsto y allí ya estaban los demás coches de apoyo: mis padres con mis tíos (una vez más), el padre de Abizanda y Jordi, que venía de subirse a Pineta en bici aprovechando la espera. Y hasta apareció David en su moto, otro ilustre tuercepedales que nos vino a dar su apoyo moral (apoyo moral y a almorzar, claro). Lo que son las cosas, cuando dije que a las 6:30 en la plaza para pedalear aparecieron tres personas, y cuando dije que a las 11:30 en Parzán para almorzar estábamos 13. El almuerzo fue un almuerzo de campeonato, digno de la ocasión: platos combinados, bocadillos, huevos rotos, y todo aderezado con unas cantidades ingentes de patatas fritas. Sirvió tanto como para llenar el estómago como para elevar la moral.
Una vez acabado el almuerzo cargamos las bicis en los maleteros e hicimos el tramo hasta el lado francés en los coches para pasar el túnel. Ya en la explanada del otro lado (así sí que se puede parar antes del túnel y de la frontera, no como en el lado español) preparamos rápidamente las bicis para afrontar la bajada hasta Arreau y mentalizarnos durante el descenso para lo que estaba por venir. En cuanto a lo meteorológico yo no había estado nunca pedaleando en los Pirineos franceses sin necesitar ropa para las bajadas, pero ese día no hacía falta nada y fue un presagio que después se confirmó en las subidas, hizo un calor del copón, lo nunca visto. Por lo demás, bajada prolongada que siempre me resulta muy bonita pero que en su mitad final estaba parcheada con toda la gravilla suelta por la carretera incluyendo sus buenas montoneras. Espero que para la próxima vez haya desaparecido.
En Saint Lary se nos unió otro tuercepedales a la expedición, Carlos, que con el estómago lleno se vio con fuerzas para afrontar el col d'Aspin y que a la postre sería clave para mí en la subida, una vez más. El transcurso por el valle hasta Arreau fue muy llevadero, siempre a favor y con cinco rodadores, que ya es un buen grupo.
Por fin llegamos al desvío del Aspin, yo incluso con nervios, pues empezaba lo más exigente de la jornada y lo que habíamos estado temiendo, la encadenación del Aspin y del Tourmalet. En la primera rampa seria, se empezó a triar el grupo, y es que cada uno tiene que coger su ritmo y no cebarse con el de delante o palmarías unos pocos kilómetros después. En estos casos tan incómodo es ir por encima de tus posibilidades como estar esperando todo el rato, así que ya nos juntaríamos en la cima. Yo enseguida noté que las piernas ya no estaban frescas, sinceramente esperaba encontrarme mejor a esas alturas, pero con 114 km en las piernas entendí que era lo normal. Así que me puse en mi modo paciencia o cabezonería, es decir, subir a lo que te permitan las piernas cueste lo que cueste acabar. El grupo se partió en tres. Los dos primeros fueron Héctor y Abizanda, un par de jabalís con muchísima fuerza que hasta hace poco no tenían ni bicicleta de carretera, espectacular. Después Paco, todo experiencia y saber hacer en estas situaciones, pues en mucho peores se habrá visto corriendo algunas de las ultratrails más duras del mundo, así como suena. Y después la pareja que termina siempre junta en las subidas, Carlos y yo. Tratamos de ir lo más cómodo posible durante la subida, a un ritmo muy despacio, pero así tenía que ser. El calor era muy agobiante y el cansancio ya hacía mella. Nuestros compañeros de fatigas también avanzaban despacio pero poco a poco los perdimos de vista. Hacia la mitad de la subida realizamos una parada para interrumpir un poco el esfuerzo de los riñones y para disfrutar de una sombra. Yo, pensando más en la aparición de calambres que en la falta de energía, me comí un plátano y un gel de los que llevaba encima. No soy muy amigo de estos geles pero entiendo que es un alimento que va directo a la sangre y al músculo. Y como no quedaba más remedio, de nuevo a dar pedales hacia arriba. En estos momentos la compañía es crucial y entre chemecos, juramentos y algún que otro comentario la ascensión se hizo más amena. Además, Carlos me dio unos ánimos que realmente me sirvieron más adelante, en el Tourmalet. Al fin, los últimos, y después de un buen sofoco, llegamos a la cima atestada de gente y de vacas. Allí estaban de nuevo los acompañantes en su inconmensurable faena de darnos cualquier cosa que necesitáramos. Nos repusimos un poco con agua, con sales, con cerveza y con todo que había en los coches. En la cima nos encontramos con Jordi, que había hecho el puerto por la otra vertiente para dejar el coche en la base del Tourmalet y así encontrarse con nosotros. Carlos puso en ese momento la bici en el coche, esta vez tocaba ver sufrir. Nos hicimos unas fotos y a disfrutar con la bajada, de nuevo sin ropa de abrigo.
Saint Marie de Campan. 1600 hora zulu. Parada de todos los integrantes de la expedición, tanto velocípedos como bípedos, para comer algo (¡ay! dónde debía estar ya el almuerzo). Era el momento de enfrentarse al Tourmalet, el momento de la verdad, el momento de echar el resto. A estas alturas creo que todos estábamos tocados, yo por lo menos iba en la reserva hacía mucho rato. Abizanda, con muy buen criterio, decidió que ya había dado todo lo que tenía y que se apeaba de la bici, ya que en la parte final del Aspin se había quedado agarrotado y al día siguiente tenía obligaciones profesionales. Demasiado hizo para lo que había entrenado, bravo. Arrancamos de nuevo cuatro ciclistas, esta vez éramos Paco, Jordi, otro fuera de serie que casi gana trails sin darse cuenta, Héctor y yo. Los primeros kilómetros nos mantuvimos juntos, haciendo piña para darnos moral unos a otros pues son muy llevaderos. Seguía haciendo un calor horroroso y a pesar de no tener nada dentro del cuerpo seguía sudando copiosamente. A partir de este momento ya sólo pensaba en que no me dieran calambres. En cuanto llegó la primera rampa seria (y única hasta arriba diría yo) Cada uno buscó su lugar. Jordi marchó por delante, Paco se quedó en medio y Héctor y yo nos hicimos compañía cerrando la expedición. Esta vez el ritmo de ascensión era bastante agónico. No hay otra forma de afrontar esas rampas, ¡bendito piñón de 28 dientes!. Ni Héctor ni yo estábamos para tirar cohetes, así que un rato se ponía uno delante, otro rato se ponía otro y nos tratábamos de distraer de alguna manera. Los Lacoma seguían con su reportaje fotográfico y mis padres también iban parando para vernos. En un momento dado creí sufrir alucinaciones, pues vi a un burro caminando por medio de la carretera pero gracias a Dios todavía no nos habíamos vuelto locos y es que el burro estaba ahí de verdad. En parte es más lógico que ver llamas en la Mongie pero ese es otro tema. Aprovechando la distracción que nos proporcionaba el pobre animal paramos para oxigenarnos. Seguía haciendo muchísimo calor y estábamos sudando demasiado a esas alturas. Lo mío con los calambres ya era obsesión con tanto sudar, así que me comí un melocotón y otro gel. Héctor por su parte no quería nada. Realmente estaba jodido. A veces, cuando iba yo delante, pensaba que sería capaz de tirarse por uno de esos barrancos al grito de "¡No aguanto este sindiós!". Recuperada un poco la cordura continuamos hacia arriba, con las galerías ya próximas, en donde empieza lo peor del puerto. Es extraño, pero todas las veces que he subido el Tourmalet he sentido ahí la extraña sensación de venirme arriba anímicamente. Ahí están las rampas más duras, el puñetazo al paisaje que es la Mongie y la desolación de los últimos 4 km en los que ves la cima y no llegas nunca, pero es la parte en la que más disfruto. Será porque siempre he subido despacio y disfrutando y allí ya sabes que vas a acabar. En la estación de esquí Héctor ya dijo basta y se subió al coche. Otro bravo para él, ya que tampoco había entrenado lo suficiente y aún así hizo prácticamente íntegro el recorrido. Así que me quedé sólo a 4 km de la cima para saborear aún más los últimos kilómetros. Estaba deseando acabar, estaba muy cerquita y no quería que los dichosos calambres me pararan. No me encontraba mal físicamente, salvo la normal falta de energía, pero con lo que habíamos sudado durante todo el día estaba acojonado de que mis piernas dijesen basta a menos de 4 km para acabar. Me enchufé otro gel, ya sin mucho sentido, y unido a las sales minerales que había estado bebiendo se me revolvió finalmente el estómago. Aún así me sentía pletórico anímicamente. Estaba a punto de acabar la hazaña que me había propuesto hacía ya tiempo. Llegando a la última curva me puse a contar mentalmente las pedaladas que me quedaban para acabar "...21... un automatismo sacude mis músculos y consigo que giren las bielas...20... soy como un saco de escombro...19... me tambaleo sobre la bici...18... Tourmalet, más de dos mil metros...17... la Mongie a mi espalda...16... el oxígeno se agota...15... el sol achicharra...14... hace rato que no hay sombras...13... sólo rocas y prados...12... la tarde empieza a irse...11... no hay ningún descanso...10... sólo un sinfín de curvas que deseo superar...9... llevo horas pedaleando...8... he creído tener alucinaciones...7... pedaleo sobre miel...6... boqueo como un salmonete...5... última curva...4... ya veo a mi padre...3... ya casi estoy arriba...2... por fin, lo voy a conseguir...1... mis amigos me animan...0... increíble, he llegado. Qué gozada". 
Y aunque no fue tan poético en ese momentos sí que es cierto que llegué con mucha felicidad. Estas excursiones son las que luego se recuerdan más en el futuro que las marchas cicloturistas. Con este último párrafo adaptado del libro "Plomo en los bolsillos" he querido expresar lo que se siente cuando vas a terminar algo así. Una vez arriba y completada la gesta brindamos con champán y nos hicimos las fotos de rigor.


Una vez más aprovecho para dar las gracias a los acompañantes, que dedicaron un día de fiesta entero para que los demás pudiésemos pedalear. Visto el éxito de asistencia y de organización voy a ver si se me ocurre algo para el año que viene. Aunque en realidad ya tengo varias cosas pensadas...



Ahora algunos datos.



Distancia sin contar el tramo del túnel: 145'5 km.

Tiempo total: 11 horas 30 minutos.
Tiempo pedaleando: 7 horas 44 minutos.
Altitud ganada: 3000 metros aproximadamente.

Alto del Pino durante la Naval - Tourmalet: 27'50'' a 10'56 km/h.
Alto del Pino durante Naval - Lac Cap de Long: 26'59'' a 10'89 km/h. Por comparar tiempos yendo yo sólo por la misma carretera y en circunstancias parecidas.


Tramo hasta Aínsa en Naval - Tourmalet: 50'58'' a 26'49 km/h.

Tramo hasta Aínsa en Naval - Lac Cap de Long: 57'39'' a 23'41 km/h.


Aínsa - Parzán en Naval - Tourmalet: 1h 38' a 22'06 km/h.

Aínsa - Parzán en Naval - Lac Cap de Long: 1h 49' a 19'95 km/h.


Col d'Aspin en Naval - Tourmalet: 1h 18' a 8'85 km/h.

Col d'Aspin con Jordi en junio: 1h 10' a 9'85 km/h.


Col du Tourmalet en Naval - Tourmalet: 2h 9' a 7'98 km/h.
Col du Tourmalet el año pasado con los tuercepedales: 1h 53' a 9'13 km/h.


FOTOS DE CARLOS


Tramo entre Aínsa y Salinas

 Máximo esfuerzo en el Tourmalet

 La felicidad en persona. Tourmalet

Octave Lapize



FOTOS DE JESÚS


 Lafortunada





 Bielsa

 Con Carlos en el Aspin









 Col d'Aspin

 Con Héctor en el Tourmalet

¡Bieeeen!

FOTOS DE JOSE LUIS

 Por fin, parada para almorzar





 
Pinchazo bajando de la frontera. La asistencia técnica estuvo rapidísima

 Vistas desde la cima del Aspin


 Cima del Aspin





 La expedición ya estaba en plena ascensión al Tourmalet


 Vistazo hacia atrás antes de atacar

 Este perfectamente podría ser un tuercepedales más. Por velocidad y técnica de pedaleo.

 Vista del valle por el que transcurre la carretera


 Jordi coronando el primero. 

 Paco, en segundo lugar



 Parte de los tuercepedales y acompañantes




FOTOS DE VALENTINA

 Los cuatro jinetes ya dispuestos en el lado francés

 Vista desde lo alto del Aspin

 Héctor da muestras del calor que hizo coronando el Apin todo despechugado





 Hubo ciertas "ayuditas" en el Tourmalet

 Si, Paco, estás viendo a un burro




 Ups, pillados in fraganti


Cara de ¡Cómo me gusta el champán!
Gracias a todos majetes


Gracias a Paco por las ilustraciones

1 comentario:

  1. "¡No aguanto este sindiós!" jajaja...
    Fue un gran dia, jodido y largo dia, pero de los que quedan en la memoria...
    Donde nos llevaras al año que viene ? Mas que nada por ir haciendo algun cartel...
    Saludos.

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